lunes, 16 de marzo de 2020

Frágil

Frágil.
Cuando era joven cantábamos un coro que decía: “Yo pensaba que el hombre era grande por su poder, grande por su saber, grande por su valor. Yo pensaba que el hombre era grande y me equivoqué”. Más adelante comparaba la tierra con una pequeña figura de cristal, que con cariño hay que cuidar.
La recordé estos días en que el coronavirus ha puesto al mundo de rodillas. Aún los países más desarrollados están en alerta máxima. Ninguna medida parece ser suficiente. Los servicios de salud colapsan. Los mercados bursátiles se derrumban. Las fronteras se cierran. Los cursos y las competiciones se suspenden. Los espectáculos se cancelan. Las existencias de insumos médicos se agotan. Las góndolas se los supermercados quedan vacías. Se espera lo peor.
Autoridades y artistas ruegan a la gente quedarse en casa. Las redes se llenan de mensajes de aliento y llamados a la calma. ¡Como sería si esta generación mantequita tuviera que enfrentar una guerra de escala mundial o una pandemia verdaderamente mortal como la gripe española o la muerte negra!
Es que no estamos acostumbrados a que se nos recuerde la fragilidad de nuestra existencia. Es un golpe fuerte al ego darse cuenta que no importa cuánto dinero tengas, cuanto hayas cuidado de tu salud, no importa si acopiaste suficiente alcohol en gel y papel higiénico para un año, ni que tan avanzado sea tu país en tecnología o medicina, de pronto caes en la cuenta que la muerte puede golpear a tu puerta.
Sea por un desastre natural, un conflicto bélico o la mutación de un simple virus, la vida del ser humano, por más fuerte que se crea, está pendiendo de un hilo. “Es como la flor del campo, que apenas el viento sopla con fuerza, muere, y ya nadie sabe ni siquiera en dónde estaba”. Es “neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”
La intención detrás de estas expresiones aparentemente fatalistas, es movernos a la reflexión: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón” Eclesiastés 7:2. Cada tanto es bueno pensar con más seriedad sobre la vida y la muerte.
Sobre la vida, porque el tiempo es corto y debe ser usado con sabiduría. La fragilidad de la vida debe llevarnos a considerar la importancia relativa de las cosas en las que estamos invirtiendo nuestro tiempo, esfuerzos y recursos. Hoy extrañamos reunirnos con los hermanos ¿pero cuantos días de reunión, sin que opere ninguna restricción, preferimos otro programa? Hoy la situación nos obliga a recalcular nuestros planes ¿pero cuanto tuvimos en cuenta al Señor al trazarlos? (Santiago 4:13-16)
La actividad social incesante, el “andar de acá para allá”, es una marca de los días finales. Hoy toca parar. Tendremos que estar “encerrados con los niños”, como dice mi amada esposa Yeimy: ¿Por qué no aprovechar este tiempo para buscar a Dios en familia?
También, aunque a nadie le guste hay que reflexionar sobre la muerte. La fragilidad de la vida debe llevarnos a reconocer que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después el juicio” Un día estaremos ante el Juez Justo, delante del cual solo valdrá haber sido librados de la culpa del pecado por Jesús, quien pagó por ellos en la cruz. Solo por gracia mediante la fe en Jesús hay perdón, paz y vida eterna. ¿Has asegurado el destino de tu alma?
Morir es ganancia, si el vivir es Cristo. Filipenses 1:21.

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