jueves, 1 de junio de 2017

Desperdicio

Desperdicio.


Cuando Yogurtu Mghe* tuvo que abandonar precipitadamente su aldea en África, se dirigió a Estados Unidos. Empeñado en triunfar como músico, hizo su primera experiencia en un coro gospel, dirigido por el Reverendo O´Hara. Luego de la prueba, el prelado le comunicó que un solista como él, cantando en un coro, era un verdadero desperdicio… y que él tenía por norma deshacerse de los desperdicios.

La irónica frase que Les Luthiers pone en labios del Reverendo O´Hara, juega con dos acepciones de la palabra desperdicio. No solo es basura que debe desecharse, sino también aquello que no se aprovecha como corresponde. Un recurso valioso que se derrocha sin que resulte en ganancia o utilidad para algo o alguien. 

Un caño roto que pierde agua a borbotones, un agricultor que, por una protesta, decide tirar su producto a la calle, o alguien que deja en el plato la mitad de su porción… ese tipo de desperdicio generalmente despierta indignación. ¡¿Por qué se hizo este desperdicio?! Se podría haber usado con mejores fines.

Algunas veces, lo que algunos llaman desperdicio no es más que una forma enmascarada de envidia y en otros casos, incapacidad para comprender el valor relativo de las cosas. Se descubre una combinación de estos factores en un acontecimiento, que involucró a Jesús, una mujer agradecida y un costosísimo frasco de perfume.

Aquel frasco, labrado en alabastro, una roca semitransparente semejante al mármol, contenía casi medio kilo de perfume de nardo puro. Su valor representaba el salario de diez meses de un trabajador común. Cuando la mujer lo rompió para ungir con él al Señor, algunas voces (y muchos pensamientos) reaccionaron con indignación ante ese aparente desperdicio. Judas, por mera codicia, unos expresaron un lamento políticamente correcto, y otros, solo por opinar.

Jesús, en cambio, reivindicó aquel acto y anunció que sería recordado y referido como ejemplo de sacrificio y devoción. Lo que si lamentaba el Señor eran las vidas dedicadas a amontonar tesoros en la tierra; gente que lucha y se afana por “ganar el mundo” pero termina “perdiendo su alma”. Que tristeza cuando al final del día se les diga: “Necio, lo que has provisto ¿de quién será?”  Eso si es un desperdicio.

¿Quién considera tu vida un desperdicio? ¿Son los amigos del mundo, que nos ven enfrascados “en la iglesia”, que no entienden por qué elegiste una vida de integridad y servicio? ¿Son los compañeros de trabajo, que se burlan porque no serruchás pisos o engañás a tu cónyuge? ¿Son las tías que te amenazan con que si insistís en esperar la persona adecuada vas a quedar para vestir santos?   

Si los que no conocen a Dios y no se manejan de acuerdo con sus principios, no te preocupes. No vas mal. Pero si es el Señor es otra cosa. Si el que murió en la cruz para que puedas cambiar el destino de tu alma y darle proyección eterna a tu existencia piensa que estás desperdiciando tu vida, ahí te diría que recuerdes sus palabras: “el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mi, la hallará” (Mateo 16:25) La cuestión es ganar acá y perder la recompensa de allá, o renunciar acá, tomar su cruz, y ganar allá.

Si llevamos la cruz por amor de Jesús, la corona el nos dará.

Por Pablo López
Líder en la Iglesia Cristiana Evangélica
en José Belloni 4991
Montevideo-Uruguay



*Personaje de una obra del grupo argentino "Les Luthiers"

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