miércoles, 14 de junio de 2017

Ocho horas

Ocho Horas.
El trabajo no goza de buena reputación por estas latitudes. Para algunos es una condena, hasta un castigo divino asociado con el pecado de Adán y Eva. Para otros es una palestra desde la que promover su permanente lucha de clases. Pero para la mayoría es un mal necesario, una forma de obtener recursos para satisfacer sus necesidades. Y todos sufren al ver como los ingresos obtenidos con tanto esfuerzo se desvanecen ante las innumerables variantes que adopta el consumismo.
Ya no se trata solo de proveer el sustento para que la familia tenga una vida digna. A las tradicionales ambiciones del autito y la casa propia, se suma una siempre creciente oferta de bienes y servicios, la obsesión por mantenerse a la vanguardia del avance tecnológico, la obligación renovar permanentemente el guardarropa en función de los vaivenes de la moda, la proliferación de destinos turísticos y de cosas que no podés dejar de tener o hacer. Hasta los tatuajes, otrora símbolos de rebeldía, se han convertido en un objeto de consumo más, que los súbditos del sistema adoptan sin chistar, como el peinado de justin biber o los auriculares flúo.
La pasión de lo exclusivo y la sobrevaloración de lo costoso hacen que mucha gente viva un esnobismo patético, que los obliga a trabajar cada vez más horas para alcanzar un estilo de vida que está más allá de sus reales posibilidades económicas. La felicidad momentánea de ese “bienestar” queda pronto sepultada bajo una enorme pila de cuentas, que se hace cuesta arriba pagar.
No es esta la perspectiva ni el propósito del trabajo que encontramos en la Biblia. Para empezar, la Palabra de Dios revela que trabajar es una necesidad intrínseca que el Creador puso en el ser humano, para que nos asemejemos a él, para que nos realicemos como personas y para que sirvamos a la comunidad. El trabajo “secular” es también una disciplina espiritual que nos permite servir a Dios, forjar nuestro carácter y dar testimonio de nuestra fe.
Y el propósito no es acumular bienes o satisfacer deseos personales. Se nos llama a ser sencillos en nuestras necesidades y generosos con lo que ganamos. A cultivar un espíritu de gratitud y contentamiento. A compartir con el necesitado. Pero sobre todo, a priorizar. A no concentrarnos en lo visible y pasajero, sino en lo invisible y eterno. A poner la mira en las cosas de arriba. A buscar primero el reino de Dios y su justicia. Después de todo, somos peregrinos en este mundo, viajeros rumbo a la Patria Celestial.
El día de los trabajadores merece una reflexión: ¿Cómo estamos usando esas ocho horas? ¿En qué estamos invirtiendo el resultado de tanto esfuerzo? Quizás necesitamos oír una vez más la reprensión del Señor a su pueblo en tiempos del Profeta Hageo, un tiempo donde había mucho trabajo, pero poca visión.
Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová. (1:4-8)
Mejor que feliz día de los trabajadores, que seamos trabajadores felices, porque estamos trabajando “no por la comida que perece, sino por la que a vida eterna permanece” Juan 6:27
Por Pablo López

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