sábado, 3 de junio de 2017

Pobrecita la muerte

Pobrecita la muerte.
Aunque, como dijo Benjamin Franklin, la muerte es tan segura como los impuestos y aunque el ciclo de la vida la hace un acontecimiento inminente, no por eso es menos dolorosa. Nunca deja de ser una tristeza para los que se quedan, despedir a los seres queridos que se van. Sin embargo, la Biblia nos invita a considerar la muerte como una oportunidad de poner pausa en la vorágine cotidiana, y reflexionar.
“Mejor es ir a la casa de luto que a la casa del banquete” (Eclesiastés 7:2). ¿Qué pretende Salomón con este consejo “depre”? ¿Son pertinentes estas palabras en una sociedad que huye despavorida de la quietud y el silencio, que cual Homero Simpson grita “¡Aburrido!” apenas el incesante carrusel de luces y colores de las omnipresentes pantallas LED amenaza con aminorar? Si lo son. Son pertinentes e imprescindibles: “porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón”
No se trata de un ejercicio de autoflagelación. El Sabio no pretendía hundirnos en el fatalismo y melancolía. El foco no es la muerte, sino la vida. No se trata de obsesionarse con que “no somos nada”, sino de evaluar qué estamos haciendo con “el tiempo que nos resta”. Si entendemos que debe ser redimido para buscar las cosas de arriba, el objetivo está logrado. Pobrecita la muerte, quiso atemorizar y desalentar, pero termina inspirando y motivando a aquellos que quieren hacer tesoro en el cielo.
Esta establecido a los hombres que mueran, que “el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”. Pero la memoria y las obras de los que se van no se extingue con la misma facilidad. Por más que un día todo será olvidado y hasta la memoria del más encumbrado cederá ante el paso del tiempo, lo que hicimos permanecerá más allá de nuestra existencia. Aunque los que viven no lo recuerden, ni lo agradezcan, las obras de los que han muerto “con ellos quedan”.
Da para preguntarnos, cuando la neblina de esta breve vida se disipe ¿qué habremos dejado? ¿Cuál es nuestra siembra? ¿Qué será tu herencia? Si todo lo hasta ahora has provisto quedará acá, recapacita. Aún es tiempo de trabajar por lo que “a vida eterna permanece”. Pobrecita la muerte, apenas puede llevar el cuerpo. Pero no borrar las huellas de una vida dedicada a caminar tras las pisadas del Maestro.
Eventualmente, un día la muerte nos alcanzará. Pero los que hemos puesto nuestra confianza en Jesús no nos sobrecoge el temor, ni un escalofrío recorre nuestras espaldas. Encararemos la muerte con tranquilidad, porque creemos que ese no es el final del partido. Seguramente los seres queridos que nos sobrevivan, sufrirán y se entristecerán, pero no como aquellos que no tienen esperanza. Pobrecita la muerte, porque ese no será el fin de la historia.
Un día el Resucitado reunirá su iglesia. Volverá con todos aquellos que se nos adelantaron a buscar a los estemos vivos. El arrebatamiento evidenciará que la Cruz no era más que el medio que Dios había escogido para “destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte”. Ese día, en el aire, en donde opera Satanás y sus huestes, resonará potente el grito de victoria: ¿Dónde está, oh muerte tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro tu victoria?
Porque él vive triunfaré mañana
Porque él vive ya no hay temor.
Porque yo sé que el futuro es suyo.
La vida vale más y más, solo por él.

Por Pablo López
Líder en la Iglesia en José Belloni 4991
Montevideo Uruguay

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