martes, 18 de julio de 2017

¿Prohibido Quejarse?

¿Prohibido Quejarse? 



Vietato Lamentarsi. Prohibido quejarse. Es la advertencia que Jorge Bergoglio colocó en la puerta de su despacho en el Vaticano. Se ve que, como a cualquier otro ser humano, le resulta fastidioso que la gente que traiga sus problemas, angustias, frustraciones. Es mejor escuchar a los que ven la vida con optimismo y alegría. Los “mala onda”, afuera.
Siendo de un país donde la queja es una de las cualidades de nuestra idiosincrasia que más honramos, es entendible el cartel. Nos quejamos del clima, del técnico, del gobierno, del precio de las cosas, del empleado que atiende, de lo que demora el ómnibus… No obstante, la queja es necesaria, no solo porque si no, no tendríamos de que conversar.
La queja es una expresión de molestia, disgusto o dolor. Indica que percibimos que algo anda mal, que no funciona como debería, que nos está dañando. Ahora bien, una queja decente no se hace en voz baja, no consiste en comentar el desacuerdo con los que están en la misma. Quejarse implica reclamar ante una autoridad competente. Es triste cuando esta censura las quejas, o las ignora.
¡Que bueno que Dios actúa así, ni tiene un cartel de “prohibido quejarse”! Si no, ¿a dónde hubieran ido Job, Gedeón, David, Asaf, Habacuc o Marta”? Cada uno de ellos eran personas de fe, conocían y creían en Dios. Sin embargo, vinieron delante de Dios para quejarse.
“¿Te parece bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos, y que favorezcas los designios de los impíos?” Job (10:13). “Ah, señor mío, si Jehová está con nosotros… ¿dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado?… Jehová nos ha desamparado, y nos ha entregado en mano de los madianitas”. Gedeón (Jueces 6:13). “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?” David. (Salmo 22:1-2) “Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia. Asaf (Salmo 73:13). “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?” Habacuc (1:1-4). “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Marta (Juan 11:21)
Son acusaciones atrevidas. injustas. Pero todas provienen de un corazón cargado de angustia y dolor. Vienen de personas que aman a Dios y confían en él, pero de momento no pueden ver o comprender su obrar. El Dios de misericordia no cierra la puerta. No los manda callar. Escucha. A veces guarda silencio. Otras, se inclina a explicar. Pero no reprende, nunca aleja al corazón contrito, porque él conoce nuestra condición. Se acuerda de que somos polvo.
La queja no es para exponer ante oídos humanos. En la relación con nuestros hermanos, en vez de queja, la Palabra recomienza paciencia y perdón. En la relación con los que velan por nuestras almas, consideración y obediencia.
Pero delante de Dios, podemos venir con cualquier carga que aqueje nuestra alma. Nos permite echar toda nuestra ansiedad sobre él. Eventualmente Dios transforma las circunstancias. Pero siempre transforma la visión del que se acerca. Gedeón logró una resonante victoria. Lázaro resucitó. Job recuperó su hacienda y reconstruyó su familia. En cambio, Asaf y Habacuc continuaron en la misma situación de injusticia y violencia. Solo cambió su perspectiva. Pero eso fue suficiente para calmar el alma y mirar al cielo con confianza y gratitud, aunque persistían los motivos de la queja:
Aunque la higuera no florezca,
ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
y no haya vacas en los corrales;
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Habacuc 3:17-18

Por Pablo López

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