martes, 1 de enero de 2019

Lágrimas, sudor y sangre

Lágrimas, sudor y sangre
Cada vez que se aproximan las fiestas tradicionales, junto con el despliegue publicitario de los centros comerciales, aparecen también las voces de aquellos que luchan contra el consumismo exacerbado. Muchos son artistas que, con ingeniosas imágenes, buscan impactar la conciencia del comprador compulsivo.
Una de ellas me resultó particularmente interesante. Se trata de un brazo extendido que sufrió una serie de cortes con una tarjeta de crédito. El hilo de sangre que brota de las heridas forma el lazo de un obsequio. Supongo que el autor quiso mostrar el sacrificio de aquellos a los que les cuesta “sangre, sudor y lágrimas” cumplir con una larga lista de regalos.
No hay texto alternativo automático disponible.Es verdad que hay muchos que gastan más de lo que pueden en cosas que no son necesarias. Pero hay ocasiones en que el sacrificio vale la pena. Cuando el regalo es necesario, cuando satisface ver la felicidad en los ojos del que lo recibe.
Si se sustituyera la tarjeta por un clavo romano, la imagen evocaría un mensaje bien diferente. Nos llevaría a la cruz, donde se pagó el precio más alto por el regalo más necesario. El regalo de la salvación eterna del ser humano, que costó al Señor Jesús lágrimas, sudor y sangre.
Jesús lloró. Una de las escenas más impactantes del evangelio muestra a Jesús conmovido hasta las lágrimas ante la tumba de su amigo Lázaro. Las lágrimas de Jesús hablan de su empatía. Siglos antes, Job había dicho a Dios: “¿Acaso tienes tú ojos de carne, o ves como el hombre ve?” Jesús habitó entre nosotros. Vio la vida con ojos como los nuestros y al igual que nosotros, expresó sus emociones a través de las lágrimas. El las comprende y puede compadecerse, porque experimentó los mismos dolores.
Jesús sudó. En las últimas horas de su vida terrenal, mientras esperaba su hora en el huerto de Getsemaní, Jesús ora intensamente. Su sudor se parecía a “grandes gotas de sangre”. No era el efecto del calor, sino de la agonía espiritual por lo que el Padre estaba a punto de hacer: cargar sobre él, el pecado de todos nosotros. El sudor de Jesús habla de su entereza. Porque su oración era: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y así fue.
Jesús sangró. Horas más tarde, Jesús ya estaba en la cruz. No por la envidia de los líderes judíos ni por la crueldad de los romanos, sino por causa del pecado de cada uno de nosotros. La sangre de Jesús nos habla de su entrega. Es la vida del Hijo de Dios, que se ofreció a si mismo para redimirnos de nuestra esclavitud espiritual. Su muerte dio vida a los que creemos en él. Y resucitó para nuestra justificación.
En Navidad a casi todo mundo le gusta decorar la casa, juntarse en familia, preparar un menú especial e intercambiar regalos. Que no pase desapercibido el niño del Pesebre, porque él es Emanuel, es Dios manifestado en carne, que vino a este mundo a derramar lágrimas como nosotros, sudar como nosotros, sobre todo, a derramar su vida hasta la muerte por nosotros.
Lágrimas, sudor y sangre. Fue el costo del regalo más grande que se puede dar. Y que solo por la fe se puede recibir.
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios”. Efesios 2:8

Por Pablo D. López

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