La exposición prolongada al sufrimiento y la tragedia ajena suele generar una suerte de cauterización del corazón. No necesariamente por crueldad, sino por puro instinto de conservación. Pero eso que a toda costa tratamos de evitar, es lo que somos desafiados a considerar. Es verdad que no podemos sobrellevar todas las aflicciones de todo el mundo, pero tampoco podemos ser insensibles con el que sufre a nuestro lado.
Empatía es ponerse en el lugar del otro. Sentir íntimamente por lo que el otro está pasando y actuar en consecuencia. El término no se encuentra en la Biblia pero el concepto está muy presente a través de instrucciones como “ser todos de un mismo sentir” o “Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos” Hebreos 13:3
La empatía es imprescindible para amar como Dios. El salmista decía que Dios “conoce nuestra condición”. Pero en Jesús, el conocimiento formal del Omnisciente se convirtió en experimental. Jesús se hizo “en todo semejante a sus hermanos” para poder “socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17). La empatía siempre genera una respuesta práctica.
La Biblia propone amar proactivamente, “de hecho y en verdad”, cultivar la capacidad de escuchar al otro, observar sus circunstancias, pensar ¿qué sentiría yo? ¿Qué puedo hacer?
Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas. Mateo 7:12
Por Pablo D. López
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