Semana singular

Semana singular.

Se llama Semana Santa a los últimos días de Jesús en la tierra, comienza el “Domingo de Ramos” y finaliza el “Domingo de Resurrección”. Los sucesos de estos ocho días ocupan casi la tercera parte de los evangelios y se conocen también como “la pasión”, porque allí Jesucristo reveló su “amor vehemente” por nosotros, al entregar voluntariamente su vida en la cruz para pagar por el pecado del mundo.

Los siglos transcurridos no opacan la importancia de estos hechos. Sin embargo, el sistema ha hecho todo lo posible por banalizarlos. En nuestro país se mantiene como feriado, pero con un talante más laico: es “Semana de Turismo” y se superponen eventos para todos los gustos, vuelta ciclista, semana criolla o de la cerveza. Un tiempo para pasear y descansar en familia. Aunque por esta particularísima vez, se tenga que hacer todo en casa.

Esta nomenclatura secular puede permear hasta en la forma en que los creyentes encaramos la Semana Santa. No porque olvidemos de que se trata, pero sí, quizás, porque de tan conocida la historia, se nos pase por alto su impacto original. Por eso es bueno repasar aquellos eventos y entender su alcance para la humanidad en general, y para nosotros en particular.

La idea no es promover un espíritu de religiosidad litúrgica, sino simplemente recordar lo que él hizo por nosotros para movilizarnos a la gratitud, la adoración y el compromiso con su gran comisión. Recordar que todo lo que hizo, desde que descendió y nació de una virgen, hasta que volvió al Padre fue por amor a cada uno de nosotros.

Vivo me amaba; muerto salvóme;

Y en el sepulcro mi mal enterró,

Resucitado, él es mi justicia,

Un día él viene, pues lo prometió.

Que las últimas palabras del Señor en la tierra registradas en los evangelios, “Id por todo el mundo y predicad el evangelio” sea nuestra motivación, y la promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”, nuestra esperanza.

Por Pablo López