Memoria.
Empecé a usar computadoras en algún momento entre la primera y segunda viñeta, cuando el soporte magnético utilizado eran los flopydisk, o discos de 5¼, que ostentaban una capacidad de almacenamiento de 360 kb. Los gigabytes y los terabytes eran meras unidades teóricas. En aquellos días los nombres de archivos permitían un máximo de ocho caracteres y el año en las fechas se indicaba solo con dos dígitos, todo para poder ahorrar un poco de espacio en la memoria, porque la memoria era cara.Hoy en día todo ha cambiado. La memoria es casi ilimitada y por lo tanto, prácticamente gratis. No hace falta aguzar el ingenio para pensar qué ocho caracteres usar para nombrar un archivo, y que al mismo tiempo sea suficientemente descriptivo para identificarlo después (no había “buscadores” tampoco). No hace falta seleccionar que fotos, ni elegir que música guardar en el disco duro. No hay restricciones. Guardamos todo.
Los medios modernos de comunicación (facebook, twiter, whatsapp) permiten decir al momento, y a cientos, cualquier sandez que a uno se le ocurra. No hay restricciones, es gratis. Conozco usuarios de alguna de estas aplicaciones que se quejan de la cantidad y calidad de los mensajes que reciben. Es seguro que muchos de ellos nunca se enviarían si hubiera que pagar por eso.
En cambio, cuando alguien mandaba un telegrama, escogía con cuidado cada palabra, porque cada palabra tenía un costo. Es que lo gratuito contribuye a la pérdida de la capacidad para discernir lo que es realmente trascendente. Si pretendemos resumir un texto, no tiene sentido subrayarlo todo con resaltador. No todo puede tener el mismo valor. Si todo es importante, nada lo es.
Por eso, es necesario jerarquizar nuestros recuerdos. Tomar acciones deliberadas para adoptar elementos y crear situaciones que sirvan como disparadores de la memoria. Una foto en la pared, un monumento en la plaza, un montón de piedras a la orilla del Jordán, la cena del Señor… son justamente eso: mnemotécnicas, un procedimiento de asociación mental que facilita el recuerdo de algo.
Participar de la cena del Señor es utilizar este recurso mnemotécnico, que el propio Jesucristo instituyó para que no olvidemos la cruz, ni sus consecuencias. Porque acordarse no significa solo “saber qué ocurrió”, sino actuar en consecuencia, vivir como es digno de Aquel que nos llamó a su reino y gloria.
Dicen que no se valora lo que se obtiene gratis. Quizás por eso estamos tan poco motivados para venir a recordar y adorar. Quizás por eso en vez de vivir en novedad de vida, continuemos andando “como los demás gentiles”. Quizás por eso en vez de buscar las cosas de arriba, corremos tras el viento, procurando alcanzar las cosas que este mundo ofrece.
Al ritmo que vamos, es muy probable que el costo de la memoria siga bajando, y lleguemos a usar almacenamientos que se midan en zettabytes o yottabytes. Pero que nunca perdamos de vista que, como canta don Alfredo, “hay muchas cosas que se pueden olvidar, pero algunas son olvidos y otras son cosas, nomás”. En esa enorme cantidad de cosas que guardamos en nuestra memoria ¡no nos permitamos el olvido de su cruz!
"Nunca me olvidaré de ti, de tu agonía en Getsemaní,
Ni del calvario donde por mí, sufriste, oh Salvador."
Por Pablo D. López
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