jueves, 27 de julio de 2017

Efervescencia

Efervescencia.
El tiempo para pensar es inversamente proporcional a la decisión de comprar. Es decir, cuanto más tiempo se disponga para meditarlo, menos probable es que se concrete un negocio, al menos, de esos que se hacen por puro arrebato. ¿Por qué los avisos de Telecompra insisten con su clásico “llame ya”? ¿O los operadores de call center apremian a su víctima a decir que sí en ese mismo instante? Porque pasado el entusiasmo inicial, la compra se diluye.
Es fácil embalarse. Se nos mete una idea en la cabeza, nos damos manija, hacemos algunos planes en el aire, lo consideramos un buen negocio, no encontramos razones para no hacerlo… y le entramos. Si hubiésemos tenido que hacer unos minutos de cola, capaz desistíamos de la compra.
En cambio, cuando una decisión ha sido correctamente evaluada, consideradas las alternativas y calculados los costos, el negocio sigue adelante aunque surjan demoras o complicaciones. Puede tratarse del mismo artículo, pero el resultado es distinto porque la motivación fue diferente. El primero estaba embalado, el segundo, convencido.
La vida de fe funciona de manera similar. Permanecer en el camino depende de la razón por las que el viaje comenzó. El escritor de Hebreos enfatiza que los patriarcas, aunque no recibieron lo prometido, se mantuvieron en el camino al que Dios los había llamado. Tuvieron “tiempo de volver” pero no lo hicieron, porque su decisión no estaba basada en un entusiasmo pasajero, ni emociones superficiales, sino en su profunda convicción en la fidelidad del Dios al que habían creído.
Sin la razón adecuada es muy difícil perseverar. Si no estamos caminando porque queremos seguir sus pisadas, si nuestros ojos no están puestos en el Autor y consumador de la fe, si no servimos por amor, entonces es inminente el retroceso.
Si lo que te acerca a Dios es el deseo de obtener salud, dinero o amor, terminarás alejándote, bien porque los conseguiste, o porque no los conseguiste. Si no te mantiene el amor al que te amó primero, nada lo hará.
Es fácil embalarse. Se nos mete una idea en la cabeza, nos damos manija y terminamos alejándonos del Señor y de la iglesia porque algunas personas nos defraudaron con su actitud, porque algún anhelo se frustró, o porque aquel asunto se tarda demasiado. La Pregunta es ¿Por qué estabas allí?
Si estabas por conveniencia o por apresuramiento, tu experiencia será como la hojarasca que se quema en el fuego: unos instantes de grandes llamaradas, pero luego no queda nada. Por eso Jesús insistía a los que querían seguirle que meditaran bien su decisión. El costo es alto. Y efervescencia sin esencia no sirve de nada. Pero, aunque parezca que ese fuego ya está irremediablemente se apagado, posiblemente solo necesite combustible. Como dice una canción “si queda algún rescoldo no hay que darla por perdida”.
Seguir a Cristo tiene que ser tu mejor opción, o no es una opción en lo absoluto. No sirve el descarte de tu tiempo, ni de tus ganas. No es para cuando no haya un mejor plan. No es para cuando esté económicamente cómodo, físicamente crecido e intelectualmente capacitado. Tiene que ser la respuesta sincera y continuada a la pregunta de Pedro: ¿A quien iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

Por Pablo Lopez

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