sábado, 15 de diciembre de 2018

El hombre de la calle

El hombre de la calle.

Siempre que tengo que salir en días de temporal recuerdo aquella canción de Jaime Ross. “El hombre de la calle; Atraviesa el temporal; Porfiado, de sombrero; Encorvado al caminar”. En días donde las alertas meteorológicas proveen excusas perfectas para quedarse en casa, es gratificante ver gente cumpliendo sus responsabilidades, aunque el viento sople de frente.

Hay otra estrofa interesante: “El hombre de la calle; Dice “No te aguanto más”; En medio del discurso; Corre bruscamente el dial; Él sabe que a ese hombre; Nunca lo verá en su hogar; Ni el vino ni la mesa; Junto a él compartirá”.

Pinta la imagen del gobernante que dice ponerse en lugar de la gente, que se esfuerza por lucir de pueblo, que afirma entender sus necesidades y que promete soluciones… si lo votan. Pero el que escucha sabe que no es sincero. Ese político no estuvo, y probablemente, nunca estará en su situación. Nunca entrará a su casa. No comerá lo que él come, ni compartirá el vino barato que él toma. Por eso le fastidia su discurso.

Sin embargo, cada navidad recordamos a uno que si estuvo dispuesto a entrar en cualquier hogar. Fue a la casa de los ricos y al rancho de los pobres. Entró en lugares de fiesta y estuvo con familias de luto. Compartió la mesa con muchos, al punto que lo tildaban de “comilón y bebedor de vino”. Se gozó con los novios en una boda y lloró frente a la tumba de su amigo. Se acercó a los rechazados, ayudó a los desamparados, extendió su gracia a corruptos y prostitutas.

Pero Jesús no se limitó a acompañar las vicisitudes de los humanos, como si fuera el productor de un documental, que temporalmente observa la vida de una cierta comunidad. Se hizo uno de nosotros. Se puso en nuestro lugar. No solo para comprender nuestras debilidades, no solo para dejarnos ejemplo, sino para salvarnos. Para pagar la pena por nuestros pecados. El la cruz, Jesús murió en nuestro lugar.

Siete siglos antes de su nacimiento, Isaías había escrito: “él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” No en vano, se llamaría Emanuel, “Dios con nosotros”.

Al escuchar de Jesús algunos “corren bruscamente el dial”. Puede que estén decepcionados o indignados con una iglesia que no siempre lo representa bien. Pero no pueden decir que aquel hombre no compartió sus experiencias. El fue uno más en la calle. Uno que vino para buscar y salvar al perdido. Y para que compartir camino con él.

Una vieja canción imagina a Jesús caminando entre una multitud que avanza “cabizbaja y triste”. Parece uno más, pero es muy diferente. Pasa desapercibido para la mayoría, pero no para todos:

Él también camina como todos ellos,
Un rostro radiante en la multitud;
Y pocos lo notan, mas cuando lo notan
Detienen su marcha y se van tras Él.”


Por Pablo D. López

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