domingo, 5 de abril de 2020

Propósito

Propósito.
Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas. Mateo 21:1-13
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Los rumores sobre el advenimiento del Mesías y eran casi tan fuertes como el escepticismo del liderazgo de Israel. Esperaban un libertador que devolviera a Israel la grandeza de David y la gloria de Salomón. Un tranquilo carpintero de Nazaret definitivamente no llenaba el perfil. Jesús no ayudaba a despejar las dudas, porque si bien hacía todas las señales que le autentificaban como el Ungido que las Escrituras prometían, no se mostraba interesado en ponerse al frente de un movimiento revolucionario.
Esto pareció cambiar el día en que entró en Jerusalén ovacionado por una numerosa multitud. Las Escrituras se estaban cumpliendo: “He aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. Zacarías 9:9
La improvisada caravana coreaba con entusiasmo las palabras del Salmo 118: “Te rogamos, oh Señor, hosanna (sálvanos ahora)”. ¡Por fin! ¡El Mesías había llegado! Pero en vez de capitalizar el momento para convocar a la revuelta, Jesús revoleó las mesas de los que medraban con el culto a Dios. Esto causó indignación y enojo sobre todo de los sacerdotes, que impulsaban ese lucrativo negocio. Pero Jesús no había venido a buscar la aprobación de lobbys influyentes.
Desde el principio mantuvo las cosas claras. Sus palabras eran duras y desafiantes. Aunque muchos desistían de seguirlo, sus demandas se mantenían elevadas. En tiempos donde la búsqueda de aprobación marca la agenda, donde el temor al escrache puede más que la razón y lo éticamente correcto se subordina a lo políticamente correcto, es refrescante encontrar alguien dispuesto a decir las cosas como son, aunque suene arcaico o sea antipático. Pero Jesús no había venido a buscar aceptación, ni seguidores virtuales.
El que dice la verdad, el que no transa sus convicciones, el que no se suma a la corriente de humanismo buenista, está expuesto a la reprobación de las mayorías. Muchos líderes, políticos y eclesiásticos, prefieren la sonrisa complaciente, la palmada en el hombro y la tolerancia irrestricta, con tal de no contradecir u ofender a nadie. Pero no Jesús. Jesús no había venido buscar aplausos, ni ganar un concurso de popularidad.
Jesús todavía no había venido a reinar, había venido a dar su vida en la cruz. No buscaba aprobación, aceptación ni aplausos. Buscaba agradar al Padre que lo envió. Buscaba lo que se había perdido. Nos buscaba a nosotros. La pregunta es… ¿qué buscamos nosotros?
La iglesia enfrenta un serio dilema. Dejarse seducir por el encanto de la aceptación, aprobación y el aplauso del mundo, aunque para lograrlo tenga que mutilar la Palabra y diluir su mensaje. O puede ser sal y luz, proclamando con denuedo el evangelio, que es poder de Dios para salvar a todo aquel que cree, aunque la sociedad rechine los dientes contra ella.

Por Pablo López

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