jueves, 9 de abril de 2020

Pureza

Pureza.
Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Juan 13:10
No hay ninguna descripción de la foto disponible.Ya en el aposento alto, los discípulos comparten la Pascua con Jesús. Son las horas previas a su arresto, juicio y ejecución. Los evangelios sinópticos enfatizan la institución de la Cena del Señor, una ordenanza que recuerda su muerte, resurrección y pronto regreso. Pero Juan se en otros aspectos de aquella última cena. Así asistimos al momento en que el Señor lava los pies de sus discípulos.
En tiempos de Cristo, los caminos eran polvorientos y la gente andaba en chancletas, por lo que lavarse los pies era necesario, sobre cuando los comensales se reclinaban en torno a la mesa y los pies sucios quedaban a la vista. Sin embargo, en esta ocasión tan especial, la cena discurría sin nadie hubiera sido lavado. Es que en la cultura de oriente esa actividad era asignada a los sirvientes de menor rango. Los discípulos, que según Lucas 22 discutían quién sería el mayor, ni remotamente pensaban hacerlo.
Jesús sorprende al grupo. Se levantó de la mesa, muñido de palangana y toalla, se dispuso a lavar los pies de todos. Pero el asombro dio paso a la incomodidad. El primero en reaccionar fue Pedro: Señor, ¿tú me lavas los pies? Amorosamente Jesús responde que, aunque no lo entienda por ahora, era necesario. Pero el impulsivo discípulo no queda para nada convencido. “De ninguna manera. Nunca jamás”.
El Señor respondió que sin ese lavamiento no podría tener parte con él. ¡Señor, entonces, un baño completo! Jesús aprovecha el extremismo de Pedro para aclarar el profundo significado espiritual de su acción. Claramente se está refiriendo a algo más que a la higiene podológica, y aunque hay una enorme lección de humildad y servicio, nada menos que del Maestro y Señor, tiene que ver, sobre todo, con la pureza personal.
El que está bañado es el lavado con la sangre de Cristo (Tito 3:5, 1 Juan 1:7). Se asocia con la salvación que establece nuestra unión vital con Cristo por la gracia de Dios. Es la santidad posicional que descansa en la obra de la cruz, no en nuestras obras, la que nos permite tener parte con el Señor. Pero el asunto que impide la comunión es la limpieza de los pies, que son figura del andar diario y que, al contacto con la suciedad de este mundo se contaminan.
Es poco probable que transcurra un solo día de nuestra vida sin cometer algún pecado, sea de pensamiento, acción u omisión. Nuestros pies necesitan permanente purificación, un lavamiento que se produce por el agua de la Palabra, al leer y meditar en ella, para que señale, como un espejo, aquello que debe ser cambiado o quitado. Nuestra conciencia no es parámetro suficiente, debemos acudir a Dios como el salmista: "Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; ve si hay en mí camino de perversidad"
Sin procurar esta santidad práctica y cotidiana, no podemos tener comunión con el Señor. Pero Jesús también menciona una dimensión horizontal del asunto, que implica lavar los pies de los demás. "Ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis.” El lavamiento de los pies tiene que ver con aliento y restauración. Es levantar al caído, sanar al herido, perdonar ofensas recibidas, tener misericordia del otro, como Dios tuvo misericordia de nosotros.Es amar y servir con humildad:
Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Gálatas 6:1

Por Pablo López

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