Entramos con reverencia...conmovidos...oímos perplejos y confundidos la oración del Hijo de Dios...
Un suceso profundo y misterioso ocurrió aquella noche en el huerto de Getsemani...
¿Por qué estaba angustiado Jesús? ¿Por qué padecía ese anticipado sufrimiento en vísperas de su arresto, juicio, tortura, crucifixión y muerte?
¿Era acaso por temor a la vergüenza, la soledad y el desprecio al que sería sometido?
¿Era por la certeza de que sería injustamente acusado y condenado?
¿Era acaso el temor al sufrimiento físico inimaginable de los látigos romanos, de los crueles golpes de los soldados, de la corona de espinas, de los clavos, o de la cruz?
No, mi querido amigo. Jesús no temía el dolor físico ni la muerte.
Otros hombres y mujeres a lo largo de la historia han marchado hacia el martirio inspirados por su vida, sus palabras y su ejemplo...y algunos lo hicieron cantando, lo hicieron orando, lo hicieron con gozo. No tendría sentido que el autor y consumidor de su fe hubiese sido angustiado por la expectativa de su propia muerte física.
Otra era la razón de su intensa angustia.
Allí estaba ocurriendo algo que el profeta Isaias había anticipado siglos antes..."Más el herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra paz fue sobre él...el Señor cargó en él el pecado de todos nosotros"
Era la expectativa de la ira de Dios, de aquel juicio que padeceria sobre sí mismo. De aquella copa amarga que habría de beber hasta el final.
Sólo él podia imaginar la magnitud del castigo, del sufrimiento espiritual que significaría la separación del Padre. De ser desamparado por Dios. De convertirse en maldito al ser colgado del madero. De ser hecho pecado y padecer el juicio sobre el pecado.
De ser tu sustituto en la cruz.
Si, amigo mío. Cristo, aquella noche, angustiado, padecía anticipadamente... porque a esto había venido...a pagar tu deuda con Dios...por amor a ti.
Por Mauricio Amaral
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